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Escribíamos ayer sobre la literatura autobiográfica y testimonial que nos han legado aquellos escritores que habían pasado por los campos de trabajo estalinistas o de exterminio nazis. Herta Müller (1953) tuvo la fortuna de no estar allí, pero no así su madre que pertenecía a la minoría alemana establecida en Rumanía, una de las cien mil personas que sufrieron durante cinco larguísimos años la deportación a un campo de trabajo en Ucrania, en 1945. Un contingente de unos 100.000 rumanos de origen alemán fueron transportados, como si se tratase de un enorme botín de guerra en vagones de ganado, hacia el Este. Vivieron en condiciones calamitosas realizando trabajos extenuantes en minas de carbón, en la construcción o las granjas colectivas. Sin comida, trabajando a la intemperie y sufriendo todo tipo de infecciones y enfermedades, muchos murieron y de entre los que sobrevivieron para volver y contarlo, otros tantos lo hicieron mutilados o enfermos crónicos.
Un de esos supervivientes fue el poeta Oskar Pastior sin cuya colaboración el libro que comentamos no habría visto la luz. Cuenta Herta Müller que el libro nació de las conversaciones que mantuvo con él y que algunos de las poéticas imágenes y términos que leemos (“el ángel del hambre” o “el tiempo de piel y huesos”) tienen su autoría. “Trabajamos juntos el relato de los hechos, pero de pronto Oskar murió y sentí un vacío tremendo. Abandoné las notas y las dejé a un lado. Algunos años después, las retomé y me enfrenté al libro sola. Lo hice por Oskar Pastior, él lo habría querido” confiesa la autora.
Esta es la génesis de Todo lo que tengo lo llevo conmigo, y podéis imaginar el contenido, pero aunque el dolor, el hambre, la humillación o la enfermedad sean protagonistas, también se abre paso la solidaridad y la belleza con una fuerza inusitada que emerge del ímpetu irrefrenable de la vida que no se entrega a la desesperanza, que no baja los brazos, que no renuncia a una victoria sobre la muerte.
La escritura de Herta Müller siempre ha denunciado a los perseguidos y oprimidos porque también ella sufrió los desmanes del régimen del dictador Ceacescu. Estudió filología germánica y rumana en Timisoara y ejerció de traductora técnica en una fábrica hasta que fue despedida por no cooperar con la policía secreta comunista. Después trabajó en una guardería e impartiendo clases de alemán. Su primer libro de cuentos En tierras bajas (1982) le reportó más problemas en su país por lo que tuvo que emigrar a Alemania con su marido, el también novelista Richard Wagner, donde ha fijado su residencia. Algunos de sus libros son El ser humano es un gran faisán en el mundo (1986), La piel de zorro (1992) o La bestia del corazón (1994); en todos ellos ha seguido haciéndose eco de los oprimidos y de la situación de los exiliados. La lista de reconocimientos es larga, pero la más sonora fue la concesión del Premio Nobel en 2009, según la Academia Sueca por “su capacidad para describir con la concentración de la poesía y la franqueza de la prosa, el paisaje de los poseídos”.
Un de esos supervivientes fue el poeta Oskar Pastior sin cuya colaboración el libro que comentamos no habría visto la luz. Cuenta Herta Müller que el libro nació de las conversaciones que mantuvo con él y que algunos de las poéticas imágenes y términos que leemos (“el ángel del hambre” o “el tiempo de piel y huesos”) tienen su autoría. “Trabajamos juntos el relato de los hechos, pero de pronto Oskar murió y sentí un vacío tremendo. Abandoné las notas y las dejé a un lado. Algunos años después, las retomé y me enfrenté al libro sola. Lo hice por Oskar Pastior, él lo habría querido” confiesa la autora.
Esta es la génesis de Todo lo que tengo lo llevo conmigo, y podéis imaginar el contenido, pero aunque el dolor, el hambre, la humillación o la enfermedad sean protagonistas, también se abre paso la solidaridad y la belleza con una fuerza inusitada que emerge del ímpetu irrefrenable de la vida que no se entrega a la desesperanza, que no baja los brazos, que no renuncia a una victoria sobre la muerte.
La escritura de Herta Müller siempre ha denunciado a los perseguidos y oprimidos porque también ella sufrió los desmanes del régimen del dictador Ceacescu. Estudió filología germánica y rumana en Timisoara y ejerció de traductora técnica en una fábrica hasta que fue despedida por no cooperar con la policía secreta comunista. Después trabajó en una guardería e impartiendo clases de alemán. Su primer libro de cuentos En tierras bajas (1982) le reportó más problemas en su país por lo que tuvo que emigrar a Alemania con su marido, el también novelista Richard Wagner, donde ha fijado su residencia. Algunos de sus libros son El ser humano es un gran faisán en el mundo (1986), La piel de zorro (1992) o La bestia del corazón (1994); en todos ellos ha seguido haciéndose eco de los oprimidos y de la situación de los exiliados. La lista de reconocimientos es larga, pero la más sonora fue la concesión del Premio Nobel en 2009, según la Academia Sueca por “su capacidad para describir con la concentración de la poesía y la franqueza de la prosa, el paisaje de los poseídos”.
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