martes, 15 de noviembre de 2011

KOLIMÁ O LA LECTURA ENTENDIDA COMO UNA ACTIVIDAD DE ALTO RIESGO


























El siglo que hemos dejado atrás nos ha legado la mayor revolución tecnológica y los avances más rutilantes de la historia, sí, pero también las páginas más negras. Creo que todos estaremos de acuerdo en que, cuantitativamente, los mayores crímenes se cometieron en los campos de exterminio nazi y en los famosos campos de trabajo (los gulags) estalinistas. Los diferentes testimonios de aquellas masacres configuran un patrimonio que debemos recordar siempre, pues sólo la memoria nos dará una oportunidad para no repetir parecidos desmanes. De aquellos horrores han nacido libros testimoniales y también relatos doblemente memorables que parecen escritos para desafiar al olvido (citemos apresuradamente los normbres de, entre otros, Primo Levi, Hannah Arendt, Imre Kertéz, Vasily Grossman, Alexander Solzhenistyn o Jorge Semprún) . En este doloroso lugar de la memoria están, y estarán siempre, los relatos de Kolimá.
Varlam Shalámov (1907-1982) estuvo confinado nada menos que 18 años en los campos de trabajo estalinistas por sus ideas cercanas al pensamiento de Trosky. Fue al comenzar la gran purga de 1937 cuando llegó a Kolimá, “la tierra de la muerte blanca” donde tuvo que soportar, como todos los deportados, unas condiciones infrahumanas trabajando en las minas hasta contraer el tifus. Intentó varias veces la fuga y no hubiese regresado de allí jamás si un médico recluso no le hubiese prestado su ayuda ofreciéndole un puesto de ayudante en el hospital del campo. Gracias a ese trabajo de practicante sobrevivió y llegó a ser liberado en 1953 y rehabilitado tres años más tarde. Shalámov es autor de una extensa obra poética y ensayística, pero su obra fundamental son estos relatos que fueron publicados íntegros por primera vez en 1978 (¡!) en Londres (¡!).
Pasar una temporada en Kolimá es vivir en el infierno a más de cuarenta grados bajo cero y leer se convierte en una dolorosa experiencia porque no podemos dejar de sentir esa debilidad, el hambre, el frío y la desesperación de los personajes van asomando a sus páginas. Lo más sorprendente es que su autor jamás recurre al patetismo, no carga nunca las tintas y acaba ofreciéndonos un espectáculo espantoso desde una extraña objetividad que provoca un mayor dolor, una profunda rabia contenida.
Por suerte para nosotros, estos cuentos se publican por vez primera traducidos al castellano y los alumnos de los institutos rusos estudian su literatura y su historia a través de los agudos y asombrados ojos de Shalámov. Justicia poética.

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